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"El uso de la palabra para todos me parece un buen lema, no para que todos sean artistas sino para que nadie sea esclavo" (Gianni Rodari)

viernes, 19 de noviembre de 2010

El legado de Néstor Kirchner

Por Ernesto Laclau
11.11.2010


A medida que los días vayan pasando, el país comprenderá crecientemente las verdaderas dimensiones de la tragedia que representa para los argentinos la súbita desaparición de Néstor Kirchner. Con él hemos perdido al estadista de mayor envergadura que nuestro país haya producido en los últimos cincuenta años. A él estará siempre ligada la transformación profunda del Estado que la Argentina experimentara a partir de 2003.
Hay que situarse mentalmente en el umbral de aquel año para advertir todo lo que ha cambiado. El 2003 no está tan lejano en el tiempo y, sin embargo, lo que lo precediera parece pertenecer claramente a otra época. El país venía de una serie de experiencias traumáticas: la dictadura militar, con la que, en razón de una serie de leyes y amnistías, la ruptura había sido tan sólo parcial; el neoliberalismo menemista que, a través de sus privatizaciones y desregulaciones, había puesto a la Argentina al borde de la bancarrota; el fracaso estrepitoso del gobierno de la Alianza, que condujo a los estallidos de 2001. Había un cinismo y un desencanto generalizados respecto de la política, que encontraría su expresión en el notorio lema “que se vayan todos”

Ya las movilizaciones sociales subsiguientes a la crisis –las fábricas recuperadas, la extensión del movimiento piquetero y otros fenómenos concomitantes– estaban preanunciando que el ciclo del neoliberalismo estaba llegando a su conclusión. Pero lo que muy pocos esperaban era que esas movilizaciones fueran a encontrar eco y simpatía al nivel del Estado nacional. Fue contra todas las expectativas que ocurrió el 2003. Al principio, el nuevo tipo de discurso fue recibido con un considerable grado de escepticismo. Se trataba, en la apreciación de muchos, de mera retórica, tras la cual habrían de ocultarse las habituales componendas de trastienda. Pero pronto hubo que rendirse a la evidencia: el nuevo gobierno estaba comprometido con un programa total de reestructuración de la sociedad argentina a sus distintos niveles. Programa que no podía dejar de suscitar la adhesión popular, a la vez que herir intereses creados que se habían consolidado a lo largo de decenios. En poco tiempo pudimos verificar el apoyo brindado por el Gobierno a las organizaciones populares; la decisión de operar, a través de los juicios a los represores, el desmantelamiento de la ESMA y otras medidas similares, la ruptura más radical con el pasado dictatorial que haya tenido lugar en el continente latinoamericano; la reorientación nacional de la economía, en el proceso que va desde la ruptura de facto con el FMI hasta el reforzamiento del Mercosur y el rechazo del plan del ALCA de Bush en la reunión de Mar del Plata de 2005; la democratización de la Corte Suprema y de la cúpula militar, etc. Como es sabido, toda esta corriente profunda de cambio fue continuada y radicalizada a través de una serie de medidas legislativas durante el gobierno de la presidenta Cristina Fernández, que ha representado uno de los esfuerzos más ambiciosos y sistemáticos en nuestro continente por reestructurar al Estado y redefinir sus relaciones con la sociedad civil. Todo esto se ha hecho en el marco de una integración cada vez mayor de la Argentina al espectro de los nuevos gobiernos progresistas de América latina. El país está menos solo que nunca en el pasado.

No voy a entrar a discutir la minucia de este programa legislativo. En los últimos días otros –Mario Wainfeld y Horacio Verbitsky entre ellos– lo han hecho en artículos excelentes. Pero sí quisiera referirme a un aspecto clave, que revela la naturaleza del legado de Néstor Kirchner, a la vez que su estilo particular de liderazgo. Me refiero a las resistencias que toda tentativa de cambio profundo suscita y al coro de infundios con el que las fuerzas reaccionarias pretenden combatirla. Hace unos días, los plumíferos de La Nación caracterizaban al kirchnerismo como “populismo autoritario”. La fórmula misma ya es, desde luego, problemática y ambigua, pero cuando se la usa para caracterizar la situación argentina es doblemente absurda. Un populismo autoritario sólo podría ser uno en el que las masas fueran enteramente pasivas y sometidas a un liderazgo que tomara las decisiones sin compartir el proceso deliberativo con nadie. Esto puede llegar a ocurrir en ciertas sociedades –pensemos, por ejemplo, en el Zimbabue de Mugabe–, pero cuando esto ocurre, la deriva autoritaria es cada vez menos populista, ya que las masas son sustituidas por pequeños grupos de matones reclutados y organizados desde el poder. En tales condiciones lo que prima es el autoritarismo, en tanto que el populismo se limita a una cáscara vacía, a una interpelación meramente retórica, sin participación activa alguna de las masas.

Ahora bien, cualquiera que conozca mínimamente lo que está pasando en la Argentina, sabe muy bien que en ella se da la situación exactamente opuesta. Todas las medidas legislativas han sido tomadas sobre la base de la movilización autónoma de uno u otro sector de la sociedad. ¿Cómo explicar entonces esta insistencia en los peligros autoritarios del kirchnerismo? La respuesta es obvia. Se trata de crear una cortina de humo, por la que la supuesta “defensa de las instituciones” frente al “avance autoritario” no es sino un burdo intento por defender un statu quo en el que las corporaciones medran, frente al intento de democratizar a estas instituciones desde dentro. ¿Recuerdan ustedes la reunión reciente del Sr. Magnetto con líderes de la oposición para planificar algo no claramente especificado pero que, en todo caso, implicaba a claras luces organizar la confrontación con el Gobierno? ¿Y recuerdan ustedes esa otra reunión, mucho más siniestra, en la que se obligó a Lidia Papaleo a resignar el control de Papel Prensa bajo amenazas de muerte? La misma historia acerca de la sórdida acción del poder corporativo frente a la voluntad popular se repite en todas las instituciones. El gran dilema a ser dirimido en los próximos años, comenzando por las elecciones de 2011, es quién va a prevalecer: la Argentina corporativa del pasado o la Argentina popular que comenzó a emerger con las movilizaciones de 2001, que se consolidó en 2003 y que desde entonces ha ido ganando batalla tras batalla.

Es en el umbral de esta confrontación que el nombre de Néstor Kirchner permanecerá siempre como un signo liminar y señero. Ya no será una bandera para las luchas, pero se ha transformado en algo más importante: en un símbolo para las conciencias. Quiero recordar tres aspectos de su obra y de su mensaje. El primero es que fue uno de los demócratas más radicales que la Argentina haya producido en años recientes. Nunca intentó imponer una voluntad burocrática, sino que siempre buscó en las movilizaciones espontáneas de los grupos de base los aliados naturales a través de los cuales pensar, repensar y matizar su proyecto. El segundo es que nunca hizo una interpelación fácil a masas inestructuradas, sino que comprendió que, en las complejas sociedades contemporáneas, cualquier proyecto de cambio tiene que pasar por la transformación interna de las instituciones. No sé si Néstor habrá leído a Gramsci, pero en todo caso su acción política muestra algo que es profundamente gramsciano: la comprensión de que, en las sociedades contemporáneas, no hay populismo fácil; que, sin la mediación institucional, no hay proyecto político coherente. En tal sentido él mostró, a través de su acción política, algo que siempre pensé: que entre institucionalismo y populismo siempre hay una compleja negociación, los resultados de la cual presentarán matices distintos en diferentes sociedades.

Hay, finalmente, una tercera dimensión que es decisiva para entender el legado de Kirchner: su firmeza de acero, su compromiso total con las causas que abrazaba. Era un hombre de lucha, no de transacciones. Esto es lo que indignaba a sus detractores y lo que denominaban su tendencia “a doblar la apuesta”. Creo que se trataba de algo más importante que eso. El tenía perfecta conciencia de la naturaleza de las fuerzas con las que se enfrentaba, y sabía que sólo una voluntad inquebrantable sería capaz de confrontarlas.

¿Qué nos queda por hacer ahora, hacia adelante, después de Néstor? La respuesta es clara: proseguir su obra y completar su tarea. El nos ha legado objetivos que son más vastos que su vida y que la nuestra y que incluyen a todo nuestro continente. América latina ocupará su puesto en esta marcha general de los pueblos que habrá de conducir, desde la barbarie neoliberal, al establecimiento de formas justas, libres y racionales entre los hombres. Ya hemos oído estos últimos días las voces melifluas y viscosas de aquellos que, restregándose las manos de satisfacción, dicen que ahora Cristina está sola y tendrá que contemporizar con la oposición. Los que eso piensan van a encontrarse con una sorpresa. En primer término, parecen no conocer el temple de nuestra Presidenta, cuya determinación militante se ha mostrado en todas las pruebas –muchas duras– que debió pasar durante su gobierno. En todas las circunstancias mostró una claridad de propósitos y una determinación en su ejecución que la coloca en situación de total paridad con su predecesor.

En segundo lugar, Cristina no está sola. Ha perdido, es verdad, al compañero de su vida y la acompañamos todos en su dolor. Pero la acompaña también todo un pueblo, el cual se ha manifestado en los últimos días en una de las expresiones de pesar colectivo más inmensas –quizá la más inmensa– de la historia argentina. Debemos hacerle a Néstor, en las palabras de Antonio Machado, “un duelo de labores y esperanzas”. Cada fábrica, cada escuela, cada hogar, deben erigirse como la expresión de la voluntad colectiva de que la llama que se encendió en 2003 no se extinga jamás. Que todos los argentinos nos identifiquemos con aquellas palabras que José Gervasio de Artigas pronunciara en su lecho de muerte: “Amanece, ensíllenme el caballo”.

lunes, 15 de noviembre de 2010

La vida de J. Areta, el autor del poema que Kirchner seguirá leyendo siempre


Un video del ex presidente haciendo propio un texto de un desaparecido, durante la Feria del Libro 2005, generó una emoción importante a millones de argentinos, luego de su muerte. Esta nota cuenta la historia del autor del poema, un militante secuestrado por una patota de la ESMA en 1978, cuando tenía apenas 22 años

Aclaró que su fuerte no era la lectura y tosió. Luego leyó, con más vergüenza que emoción. Era un momento intenso, pero pasó rápido. En el año 2005, el por entonces presidente Néstor Kirchner eligió leer un poema de un joven desaparecido al participar en la Feria del Libro de la presentación de una obra simbólica. Nadie podía imaginar por entonces que aquella lectura, atrapada para la posteridad por la filmación del acto, generaría cinco años después la sensación de un posible testamento oral de un personaje clave en la historia de la política argentina. Pero así fue: en los días siguientes a la muerte de Néstor, en televisión, en radio, en medios gráficos y hasta en actos públicos, el poema de Joaquín Areta resucitó en la voz para nada ausente de un lector que casi nada sabía del autor.
El poema, ¿lo conocen?, dice así:

Quisiera que me recuerden
sin llorar ni lamentarse.
Quisiera que me recuerden
por haber hecho caminos
por haber marcado un rumbo
porque emocioné su alma
porque se sintieron queridos
protegidos y ayudados
porque nunca los dejé solos
porque interpreté sus ansias
porque canalicé su amor.

Quisiera que me recuerden
junto a la risa de los felices
la seguridad de los justos
el sufrimiento de los humildes.

Quisiera que me recuerden
con piedad por mis errores
con comprensión por mis debilidades
con cariño por mis virtudes.

Si no es así, prefiero el olvido
que será el más duro castigo
por no cumplir con mi deber de hombre.

El presidente seleccionó el poema de un libro que presentaba en aquella edición de la Feria la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares, en un típico gesto riesgoso para un primer mandatario que asume un compromiso público. No conocía al autor, pero tal vez tenía claro que pertenecía a su propia generación y que como él había estudiado en La Plata. Aquel libro que Kirchner ayudaba a difundir leyendo un poema en público, acaso por única vez en su trayectoria política, se llamaba “Letras vivas” y presentaba una selección de textos escritos, en distintas circunstancias por víctimas del terrorismo de Estado. Para la familia y los amigos de Areta, la reaparición en escena del poema luego del miércoles 27 de octubre resultó una conmoción, una suerte de confirmación de que a veces en la historia existe la justicia poética.
Areta, que era correntino y estudiante de medicina, fue desaparecido en la Esma en 1978, cuando tenía 22 años y un hijo de pocos meses, llamado Jorge Ignacio. Su compañera de entonces, Adela Segarra, es hoy diputada provincial bonaerense por el Frente para la Victoria. Antes fue senadora. Areta no publicó libro alguno en su corta vida, repleta de sueños truncos, pero guardaba una pequeña obra, escrita en el fragor de la vida de militante, en una libreta roja. Seguramente, había leído con pasión la obra del poeta guerrillero salvadoreño Roque Dalton, que murió en 1975. Adela guardó para el futuro aquella libreta “Apuntes” marca Norte número 402.40, industria argentina, hoy llena de hojas amarillentas, algunas de las cuales estaban sueltas, sin saber que un día algunas de sus palabras emocionarían a millones de personas.
La conservación de aquella libreta roja, que durante muchos años fue un tesoro familiar, según cuenta el hijo emocionado que hoy es el treintañero Jorge Ignacio Areta, permitió una recuperación de sus textos principales, que generó que este año apareciera el libro Siempre tu palabra cerca, un poemario de Joaquín primorosamente editado por Libros de la talita dorada, para una colección llamada Los detectives salvajes. La colección fue generada en La Plata con la idea de publicar obras inéditas de poesía perdidas, escondidas o silenciadas por efectos de la era del Terrorismo de Estado junto a otras de poetas actuales “los que van y vienen con ese ayer, los perdidos, literales, huérfanos, menores, decadentes y malparidos por el neoliberalismo poético”.
Joaquín era un chico brillante, nacido en Monte Caseros, Corrientes, en agosto de 1955, pero radicado en La Plata a los 13 años. Hizo el secundario en el Colegio Nacional Rafael Hernández y llegó a ser parte de la conducción de la Unión de Estudiantes Secundarios. A Juan, un amigo de la infancia, le confesó en un tórrido verano en su pueblo, que quería estudiar una carrera corta para ponerse lo más pronto posible al servicio del país. “Quiero a mi patria/ como a mi propia vida”, escribiría un poco más adelante en aquella libreta roja, destinada a ser también su testamento. En 1973, ingresó a una carrera larga que jamás terminaría, Medicina, y un año después conoció a Adela, la compañera que le dio su único hijo. Se sentía un cuadro Montonero hecho y derecho, en lo práctico y en lo teórico, dicen sus textos. En 1976, un hermano suyo, Iñaki, que había sido una de sus referencias políticas, murió en combate. Por Iñaki –así se llama también hoy el nieto que no conoció– escribió: “Te fuiste para dejarnos/un hueco y un compromiso”. A él mismo lo apresó un grupo de tareas, a fines de junio de 1978, apenas terminado el mundial de fútbol, en una cita cantada en Capital Federal.
La sorpresiva muerte de Kirchner sirvió, entre otras muchas cosas, para resucitar la voz de un héroe anónimo de la Argentina Secreta. Justicia poética, que a veces es posible en el país del Nunca Más, Nunca Jamás.

Entre otros, la libreta roja de Joaquín tenía textos como éstos:

Pobre de ustedes, carnaval de palabras raras,
teóricos de lo imposible,
defensores de la derrota,
místicos de lo inexistente,
falseadores de la dignidad,
mercaderes de la mentira,
mercenarios de la injusticia.
Pobre de ustedes, que se revuelcan en el lodo,
pretendiendo ensuciar las conciencias,
que recortan las palabras y los hechos
para estirar un poco su agonía.
Pobres de ustedes y sus ideas,
pobres ideas sin fuerza, como ustedes.
Flaca literatura, defensiva y gris,
castillo de artificios
que se derrumba vertiginoso.
¿Quién de ustedes detiene el fuego?
Quién de ustedes puede contestar a Machado,
Miguel Hernández, Bertolt Brecht, José Martí,
Ernesto Cardenal, Mario Benedetti,
o Carlos Olmedo.
Una sola línea de ellos,
una sola acción, un solo gesto
los acusa y los destruye sin remedio.
Por eso digo pobres filósofos, periodistas,
escritores, directores de todas las CIAs,
educadores del hombre.
Pobres porque la hoguera viene
más rápido que su improvisación,
más fuerte que todas sus aguas
(sean palabras, torturas o asesinatos).
Pobre de ustedes,
desesperados defensores de Occidente.

Este poema es para ustedes, compañeros.
los que empuñaron la bandera,
los que gritaron su esperanza,
los que avanzaron y cayeron.

Este poema los recuerda a todos.
a todos los que sumaron,
a todos los que dejaron
una huella, una obligación.

Este poema es para todos,
los que resistieron hasta el último minuto
sin dar treguas ni victorias al enemigo,
los que comprendían más o menos
y al morir se llevaron su contradicción,
los confundidos o los equivocados
a quienes no se les perdonó haber sido
los inocentes; los miles de inocentes
que arrastró la furia irracional.

En cada letra de este poema,
quiero que estén presentes todos
para que quien lo lea
vea el rostro sufriente y heroico
de nuestra hermosa revolución
Y desde allí, desde sus tumbas,
sigan construyendo
porque su ejemplo da ganas,
su sacrificio abre ojos,
su coraje arma brazos
y sus errores evitan otros.
A todos, todos, este poema
los recuerda compañeros.


MIRADAS AL SUR- Año 3. Edición número 130. Domingo 14 de noviembre de 2010

La tecnología abre puertas

Las tecnologías de la comunicación abren la puerta al mundo virtual pero también al mundo real. Incluye y permite acceder al conocimiento y al trabajo. Mejora las relaciones interpersonales y posibilita acciones colectivas. Abre los ojos y la mente. El buen uso, el mal uso e incluso el abuso son preferibles a la falta de acceso a la herramienta más importante del siglo XXI. ¡Bienvenidas las netbooks a las aulas!

¿Y ahora , qué hacemos con el Martín Fierro?

Hace unos días, en una reunión de docentes, alguien se preguntó qué hacer con el Martín Fierro en las escuelas "ahora que las netbooks han irrumpido en las aulas". Voy a tratar de responder esa pregunta.
Por un lado no creo que las netbooks estén irrumpiendo en las aulas sino que estoy convencida que en las aulas está entrando una herramienta de trabajo que permitirá democratizar el conocimiento en el sentido más amplio. Es decir, ahora podremos ver la imagen que necesitamos, tener ese documento o el video que mejor ilustra lo que explicamos y nuestros jóvenes podrán mostrarnos y compartir sus conocimientos de múltiples maneras y ya no solo en forma oral o escrita.
Por otro lado considero que el Martín Fierro debe seguir estando en las aulas, ya sea en formato impreso o digital, leído por los alumnos en voz alta o por los docentes; aunque también podría ser que lo escuchemos recitado por Jorge Cafrune aprovechando que lo podemos bajar de You tube en un segundo; aunque también podría ser que miremos un fragmento de algunas de sus versiones cinematográficas; sin dejar de lado la posibilidad de ver el capítulo que José Pablo Feinmann le dedica en su curso de Filosofía donde explica magistralmente el pensamiento de José Hernández; además se me ocurre que lo podríamos cambiar de contexto y ver fragmentos de Los hijos de Fierro, la película que hizo Pino Solanas cuando era popular; o vincularlo con Juan Moreira o escuchar las canciones que folcloristas, rockeros y cumbieros le han dedicado mientras vemos las pinturas de Molina Campos.
Pero más interesante será proponerles, en lugar de la tradicional y conservadora prueba escrita sobre el libro leído, que hagan un video o un power point sobre alguno de los aspectos analizados o sobre uno de los episodios; después podría todo eso publicarse en un blog como este.
En fin, ¿qué hacemos con Martín Fierro, ahora? Tantas cosas podremos hacer que difícilmente alguno permanezca indiferente o excluido. Porque de eso se trata, Martín Fierro es la forma que encontró José Hernández para defender y reivindicar los derechos de sus gauchos, los excluídos de ayer. Las netbooks y la asignación universal son las formas que hoy permiten igualar en derechos, igualar en oportunidades, incluir a los excluidos de hoy. No es suficiente, hay muchas otras cuestiones, pero es un paso adelante para que todos los jóvenes puedan acceder a la información, al conocimiento, a eso a lo que los docentes accedemos y acceden nuestros hijos y todos los que pueden pagarlo. Ahora la tecnología, el conocimiento, la información, estará al alcance de todos en la escuela. Tal vez eso sea lo que muchos temen. O quizás todavía haya quienes piensen en términos de "civilización y barbarie" y consideren imprudente darle a los "bárbaros" algo que no van a valorar. Esos son los mismos que siguen pidiendo "la penitenciaria" para "los vagos y malentretenidos". Aunque se emocionen con los versos de Hernández, encarnan la línea de pensamiento opuesta.
Mas naides se crea ofendido,
pues a niguno incomodo;
y si canto de este modo
por encontrarlo oportuno,
no es para mal de ninguno
sino para bien de todos.

KRIS PASIÓN

miércoles, 7 de julio de 2010

La maldicion del malinche- Ampara Ochoa

domingo, 27 de junio de 2010

Elogio del aburrimiento

El capitalismo prohíbe básicamente dos cosas. Una es el regalo. La otra el aburrimiento.
Cuenta Sor Juana Inés de la Cruz, la gran poetisa, monja y feminista mexicana del siglo XVII, que en una ocasión la abadesa del convento de los Jerónimos, a cuya regla estaba sometida, le prohibió leer y escribir y la mandó castigada a la cocina. Allí entre los fogones Juana Inés estudiaba y escribía con la mente; es decir, pensaba. Del huevo y de la manteca, del membrillo y del azúcar, mientras cortaba y amasaba y freía, sacaba una consideración, una reflexión, un hilo interminable de conjeturas, y esto hasta el punto de llegar a afirmar con desafiante ironía en su conocida carta a sor Filotea: “Si Aristóteles hubiera cocinado, habría pensado más y mejor”.
Si a Juana Inés, en lugar de a la cocina, la hubiesen mandado a Disneylandia, donde se hubiese aburrido menos, quizás habría dejado de leer, estudiar y pensar sin ninguna prohibición.
Contaba Rosa Chacel, una de las más grandes novelistas españolas del siglo XX, que en los años cincuenta, mientras redactaba su novela La Sinrazón, tenía la costumbre de pasar horas recostada en un sofá de su salón. La mujer de la limpieza, con la escoba en la mano, le dirigía siempre miradas entre compasivas y reprobatorias: “Si hiciera usted algo, no se aburriría tanto”. Pero es que Rosa Chacel hacía algo: estaba pensando; y hasta cambiar de postura podía distraerla de su introspección o devolverla dolorosamente a la superficie.
Si Rosa Chacel hubiese pasado horas y horas delante de la televisión, y no dentro de sí misma, jamás habría escrito ninguna de sus novelas.
Hay dos formas de impedir pensar a un ser humano: una obligarle a trabajar sin descanso; la otra, obligarle a divertirse sin interrupción. Hace falta estar muy aburrido, es verdad, para ponerse a leer; hace falta estar aburridísimo para ponerse a pensar. ¿Será bueno? ¿Será malo? El aburrimiento es la experiencia del tiempo desnudo, de la duración pastosa en la que se nos enredan las patas, del líquido viscoso en el que flotan los árboles, las casas, la mesa, nuestra silla, nuestra taza de leche. Todos los padres conocemos la angustia de un niño aburrido; todos los que fuimos niños -antes, al menos, de los videojuegos y la televisión- sabemos de la angustia de un niño aburrido pataleando en el ámbar espeso de una tarde que no acaba de morir. No hay nada más trágico que este descubrimiento del tiempo puro, pero quizás tampoco nada más formativo. Decía el poeta Leopardi que “el tedio es la quintaesencia de la sabiduría” y el antropólogo Levi-Strauss, recientemente fallecido, aseguraba haber escrito todos sus libros “contra el tedio mortal”. Uno no olvida jamás los lugares donde se ha aburrido, impresos en la memoria -con grietas y matices- como en el diario de campo de un naturalista. Uno no olvida jamás el ritmo de las cosas, la finitud de los cuerpos, la consistencia real de los cristales, si alguna vez se ha aburrido. “Amo de mi ser las horas oscuras”, decía Rainer María Rilke, porque las oscuras son no sólo la medida de las claras sino la pauta narrativa de unas y de otras. El aburrimiento, sí, es el espinazo de los cuentos, el aura de los descubrimientos, el gancho de toda atención, hacia fuera y hacia dentro.
El capitalismo prohíbe las horas oscuras y para eso tiene que incendiar el mundo. El capitalismo prohíbe el aburrimiento y para eso tiene que impedir al mismo tiempo la soledad y la compañía ¡Ni un solo minuto en la propia cabeza! ¡Ni un solo minuto en el mundo! ¿Dónde entonces? ¿Qué es lo que queda? El mercado; es decir, esa franja mesopotámica abierta entre la mente y las cosas, ancha y ajena, donde la televisión está siempre encendida, donde la música está siempre sonando, donde las luces siempre destellan, donde las vitrinas están siempre llenas, donde los teléfonos celulares están siempre llamando, donde incluso las pausas, las transiciones, las esperas, nos proporcionan siempre una emoción nueva. El capitalismo lo tolera todo, menos el aburrimiento. Tolera el crimen, la mentira, la corrupción, la frivolidad, la crueldad, pero no el tedio. Berlusconi nos hace reír, las decapitaciones en directo son entretenidas, la mafia es emocionante. ¿Cuál era el peor defecto de la URRS, lo que los europeos nunca pudimos perdonarle, lo que nos convenció realmente de su fracaso? Que era un país muy aburrido.
Eso que el filósofo Stiegler ha llamado la “proletarización del tiempo libre”, es decir, la expropiación no sólo de nuestros medios de producción sino también de nuestros instrumentos de placer y conocimiento, representa el mayor negocio del planeta. El sector de los video-juegos, por ejemplo, mueve 1.400 millones de euros en España y 47.000 millones de dólares en todo el mundo; el llamado “ocio digital” más de 177.000 millones de euros; la “industria del entretenimiento” en general -televisión, cine, música, revistas, parques temáticos, internet, etc.- suma ya 2 billones de dólares anuales. “Divertir” quiere decir: separar, arrastrar lejos, llevar en otra dirección. Nos divierten. “Distraer” quiere decir: dirigir hacia otra parte, desviar, hacer caer en otro lugar. Nos distraen. “Entretener” quiere decir: mantener ocupado a alguien en un hueco donde no hay nada para que nunca llegue a su destino. Nos entretienen. ¿Qué nos roban? El tiempo mismo, que es lo que da valor a todos los productos, mentales o materiales.
El capitalismo y su industria del entretenimiento construyen todo lo contrario de una cultura del ocio. En griego, ocio se decía “skhole”, de donde viene la palabra “escuela”. El proceso es más bien el inverso, pues la escuela misma -la cocina del pensamiento, el fogón del tiempo, donde Juana Inés y Rosa Chacel horneaban sus obras- ha claudicado a la lógica del entretenimiento. Ahora no se trata de comprender o de conocer sino de conseguir que, en cualquier caso, la escuela y la universidad no sean menos divertidas que la televisión, los vídeo-juegos y Disneylandia. ¿Los alumnos estarán más atentos si los maestros utilizan pizarras electrónicas? ¿Aprenderán mejor inglés en internet con Marina Orlova, la escultural filóloga rusa en minifalda? ¿Sabrán más matemáticas o latín si acuden a la universidad de Bolonia atraídos no por sus programas y profesores sino por las cuatro modelos de cuerpos zigzagueantes contratadas para los carteles publicitarios? Lo que es seguro es que, con esta lógica, que es la del mercado, los profesores llevan todas las de perder: Aristóteles y la física cuántica nunca podrán rivalizar con Shakira y la última play-station.
Según una reciente encuesta, uno de cada veinte niños británicos están convencidos de que Hitler fue un entrenador de fútbol y uno de cada cinco creen que Auschwitz es un Parque Temático. Para muchos de ellos el Holocausto es el nombre de una fiesta.
Quizás deberíamos aburrirnos un poco más.

Santiago Alba Rico
Escritor, ensayista y filósofo español, nacido en Madrid en 1960.